viernes, 28 de enero de 2011

Lectura orante de la curación de un sordomudo (Marcos 7, 31-37)

Te presento la próxima lectura orante que realizaremos en nuestra comunidad parroquial. Es continuación de la que presentamos en la entrada anterior.

Invocamos al Espíritu Santo, antes de leer su Palabra inspirada. Nos disponemos a un momento de intimidad con Dios, de oración y reflexión. Es la ambientación propicia para la escucha.

Lectura (¿Qué dice el texto?) Leemos el texto con mucha atención. Incluso puedes releerlo y detenerte en cada palabra o frase que te haya llamado la atención. La idea es que te imagines la escena que nos presenta el Evangelio.

(31) “Saliendo de las tierras de Tiro, Jesús pasó por Sidón y, dando la vuelta al lago de Galilea, llegó al territorio de la Decápolis.  (32)  Allí le presentaron un sordo que hablaba con dificultad, y le pidieron que le impusiera la mano.  (33)  Jesús lo apartó de la gente, le metió los dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua.  (34)  En seguida levantó los ojos al cielo, suspiró y dijo: "Effetá", que quiere decir: "Abrete.  (35)  Al instante se le abrieron los oídos, le desapareció el defecto de la lengua y comenzó a hablar correctamente.  (36)  Jesús les mandó que no se lo dijeran a nadie, pero cuanto más insistía, tanto más ellos lo publicaban.  (37)  Estaban fuera de sí y decían muy asombrados: "Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

Algunas ideas que te pueden ayudar a entender el texto:

- Al igual que la curación de la hija de la mujer sirofenicia de los versículos anteriores, seguimos ubicados en tierra extranjera, esta vez en la Decápolis (Literalmente “Diez Ciudades”: Era una región de diez ciudades al sureste de Galilea, cuya población era pagana). La acción salvífica de Jesús va dirigida a los paganos. Una vez más la idea de la apertura a todos sin discriminación. La universalidad de la salvación.

- En esta ocasión, la sanación es a un sordomudo. Más concretamente le trajeron a un hombre “sordo” y también con un defecto para hablar. El término que se usa para describirlo (μογιλάλον-mogilalos) lo interpretan los autores en dos sentidos: “mudo” o con un defecto para hablar: “tartamudo.”

- El sordomudo simboliza la actitud cerrada del mundo pagano frente al proyecto de Dios: sordo para escucharlo y tartamudo para proclamarlo. La sanación del sordomudo ratifica la actitud de los paganos que poco a poco abren sus oídos a la Palabra de Dios. Pero también puede simbolizar a tantos que se encuentra incapacitados para comunicarse y se encuentra muy solos. Y así como algunos llevaron a Jesús al sordomudo para que lo curara, del mismo modo debemos preocuparnos de llevar ante el Señor, a los que sufren sordera para la Palabra y  a otros mudez para proclamar la Palabra de Dios.

- En esta sanación obrada por Jesús se observa también la relación que existe con otros pasajes bíblicos. El primero del Antiguo Testamento, el de Isaías 35, 5-6. Y es precisamente este pasaje de Isaías el que citan las gentes: Es admirable todo lo que hace, los sordos oyen y hablan bien los tartamudos. Marcos subraya pues que Jesús cumple la gran esperanza prometida por Isaías. Es como una nueva creación, un hombre nuevo, ¡con oídos bien abiertos para oír y con la lengua bien suelta para hablar! Con la venida de Jesús hay un perfeccionamiento del hombre, una mejora de sus facultades: por la fe la humanidad adquiere como unos "sentidos" nuevos, más afinados.

- El otro pasaje con la que se relaciona es la sanación del ciego (Mc 8, 22-26). En ambos casos encontramos sucesivamente un mismo "apartamiento" del enfermo (7, 33; 8, 23), una misma insalivación (7, 33; 8, 23), la misma insistencia de Cristo en recomendar silencio al beneficiario del milagro (7, 36ñ; 8, 26), una misma imposición de las manos (7, 32; 8, 22, 23), una misma reacción de los amigos que "llevan" al enfermo (7, 32; 8, 22). De ambos relatos se desprende, pues, una misma lección: no oír y no ver son signos de castigo (Mc 4, 10-12; 8, 22): la curación de la vista y la del oído son signos de salvación. Pero la salvación otorgada por Dios supone una ruptura respecto al mundo: si Cristo "lleva" al mudo y al ciego "fuera" para que vean y oigan, es porque la multitud, en cuanto tal, es incapaz de ver y de oír.

- “Jesús lo apartó de la gente...” y después del milagro les “mandó que no se lo dijera a nadie…” Consigna del silencio. Hay que evitar que la muchedumbre saque enseguida la conclusión: es el Mesías. Pues este título es demasiado ambiguo. Debe ser purificado, desmitologizado por la muerte en la cruz. Cuando Cristo habrá sido crucificado, solamente entonces podrá decirse que es el Mesías. Esto sigue valiendo. No podemos ver en Jesús con ojos “demasiado humanos”, ni podemos esperar éxitos fáciles. Hay que pasar por la cruz primero.

- La curación del “tartamudo” es realizada por el Señor con gestos muy significativos y diferentes a otras curaciones: “Le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua… levantó los ojos al cielo, suspiró y dijo: ‘¡Effeta!’... Abrete".

“Gestos humanos, corporales y sensibles de Jesús. Dichos gestos hubiesen proyectado, a quienes le veían o  a nosotros, una imagen de rito mágico, pero su mirar al cielo indica la presencia de Dios y fue el mismo gesto que usó en la multiplicación de los panes (Marcos 6, 41). "Suspiró" como una profunda llamada a Dios, un momento de oración, traslucida en su cuerpo. Es una oración emotiva.


- Todos los sacramentos, son también gestos sensibles, humanos, corporales. La gracia más divina, más espiritual, pasa por esos humildes y modestos "signos". La Iglesia ha usado de algunos de estos gestos en la Liturgia. En especial en la Eucaristía (levantar los ojos) y en el bautizo (tocarle los oídos y la boca) con el rito del “Efetá”, para simbolizar que a quienes se les bautiza, se le pide a Dios que abra sus oídos para escuchar su Palabra y su boca para proclamarla.

- En ese mismo instante, los oídos del sordo se abrieron y el hombre empezó a hablar correctamente. Jesús quiere que la gente abra el oído y suelte la lengua con respecto a su Palabra, a su acción salvífica.

Meditación (¿Qué me dice a mí el texto?) Es el momento de la interiorización y personalización de la Palabra. Es dejarnos que su Palabra nos interpele, nos sacuda interiormente. Estas preguntas te pueden ayudar:

- ¿Sigo el ejemplo del Señor Jesús al ser abierto y universal, incluso con quienes son comparten conmigo mi misma fe ni ideas?

- ¿Tengo mis oídos abiertos a la escucha de su Palabra o al diálogo con los demás?  Me comunico sin “trabas” con Dios o con mis hermanos?

- ¿He llevado a la gente que no escucha al Señor ante Jesús en mi oración? ¿Soy apostólico o misionero o me encierro en mi propia zona de comodidad?

- ¿Cómo veo a Jesús? ¿Sólo tengo miradas humanas hacia su Persona o su mensaje o lo veo como mi Salvador, como el “Dios con nosotros”? ¿Tengo la capacidad de admirarme de las obras del Señor y de agradecerle sus dones?

- ¿Cuánto valoro los gestos simbólicos de los sacramentos de la Iglesia? ¿Soy capaz de ver más allá que los simples gestos humanos y descubro en ellos los signos sensibles instituidos por Cristo y trasmitidos por su Iglesia, para concedernos la gracia del Señor?

Oración (¿Qué me hace decirle al Señor el texto?). Una vez que el Señor me ha hablado con su Palabra y la he interiorizado con mi meditación, ahora se la devuelvo con mi oración de alabanza, de agradecimiento, de perdón y de súplica confiada.

“Señor, quiero darte gracias por tu Palabra. Me has retado a ser más discípulo y misionero de tu Palabra. Gracias por haberme hecho cristiano y haberme abierto los oídos y la boca. Gracias por quienes me han trasmitido esta fe. Te pedimos, Señor, por todos aquellos que están cerrados tu mensaje… por quienes no creen en Ti, por quienes son indiferentes a tu Palabra, por quienes se han alejado de tu Iglesia, por quienes la conocen, pero distorsionadamente, en fin, por todos los que tienen impedimentos para oírte y oír a tu Iglesia. Te pido perdón por las veces en la que me encerrado a dialogar contigo y a no estar atento a la escucha de los demás; por las veces en la que no me he comunicado correctamente y me he mantenido asilado de mis hermanos. Te alabamos Señor, porque todo lo hace bien, haces cosas buenas y hermosas, Te alabamos Señor, porque cuidas lo que has creado y nos muestras su belleza.”

Contemplación (¿Qué inspira en mi vida la Palabra?). Es el momento de mirar mi propia vida a la luz de la Palabra y movernos a la conversión. Podemos empezar imaginándonos la escena, siendo nosotros mismos los “sordos y tartamudos”. Recordamos a quienes nos llevaron ante el Señor para nuestra sanación, para nuestro bautismo o nuestra conversión. Sacamos propósitos de ser nosotros portadores a los demás de esta Buena Nueva del Señor y miramos nuestra vida, nuestra comunicación con Dios o con mis hermanos o compañeros de trabajo…. Y nos proponemos ser mejor “escucha”, derribando las barreras que nos impiden comunicarnos

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